HISTORIA DE DOS CIUDADES: CIENCIA Y RELIGIÓN. ANÁLISIS DEL URBANISMO DE LOS PRIMEROS CAMPOSANTOS ESPAÑOLES

Autora: María José Muñoz Mora

RESUMEN:

Desde que en el s.XIX las ciudades españolas acataran las disposiciones de la Real Cédula de Carlos III por la que se imponía emplazar los recintos funerarios extramuros de las mismas, se ensayaron distintos modelos urbanos en la distribución espacial y funcional de estas ciudades silentes, tanto desde los proyectos dirigidos por las Reales Academias como durante su ejecución promovida por los concejos municipales. Las tipologías urbanas establecidas fueron ensayos a escala de lo que de manera casi inmediata ocurría en la otra ciudad, la ciudad viva. 

Este artículo pretende mostrar el gran elenco de proyectos que desde las Reales Academias trabajaron el tema de las ciudades para la eternidad, así como los que de manera impuesta desarrollaron los ayuntamientos de las principales ciudades decimonónicas españolas.

Analizando algunos de los proyectos de los que queda constancia gráfica, se ha establecido una clasificación taxonómica que muestra los distintos modelos de trazado y morfología urbanos desarrollados mediante un recorrido que va desde el ‘cementerio ilustrado’ (igualitario, yermo y aséptico) al ‘cementerio romántico’ (distinguido, ajardinado y monumental).

ABSTRACT:

Since the nineteenth century the Spanish cities abide by the provisions of the Royal Decree of Carlos III for which it was imposed deploy extramural burial sites of the same, different urban models were tested in the spatial and functional distribution of these silent cities, both projects run by the Royal Academies during their implementation promoted by the municipal councils. Urban typologies were established scale trials which happened almost immediately in the other city, living city.

This article aims to show the great list of projects from the Royal Academies worked the theme of cities for eternity, as well as those imposed so developed municipalities of the main nineteenth century Spanish cities.

Analyzing some of the projects that is graphic evidence, it has established a taxonomic classification showing the different models of layout and urban morphology developed by a route that goes from the ‘Illustrated graveyard ‘ (egalitarian, wilderness and aseptic) to ‘romantic cemetery’ (distinguished, landscaped and monumental).

Historia de dos ciudades: ciencia y religión

Tanto la religión como la ciencia son fenómenos culturales que han estado presentes a lo largo de la historia desde la antigüedad. Especial interés tiene la relación entre el cristianismo y la ciencia; ya que la ciencia moderna nace, precisamente, en el Occidente cristiano. Desde el s.XVI, se han sucedido teorías que han distanciado y expuesto razones antagónicas en la forma de entender la vida y sobre todo, su origen. Primero Copérnico, luego Galileo y más tarde Kepler o Newton intentaron explicar el gran misterio de la existencia apoyados en leyes que racionalizaran el concepto. Ya en el s.XIX, la visión aportada por Darwin supuso una nueva perspectiva que apuntaba hacia una visión más científica del tema. Algunos autores defienden que el Big Ban no es más que el momento inicial y lo que hubo antes del mismo, aún desconocido, es la expresión del acto de creación divina, sin embargo, la teoría de los multiversos pone en duda de nuevo la afirmación religiosa sobre la creación del universo. 

El asunto del paso de la vida a la muerte o del más allá ha sido siempre de gran interés tanto para creyentes como para científicos. La evolución sobre el concepto de la muerte en sí, como de todos los rituales y lugares relacionados con la despedida del ser humano ha ido avanzando primero conforme a las propuestas eclesiásticas y después según los avances médicos.

No es tarea sencilla establecer el punto común entre religión y ciencia, sin embargo, el tema que nos ocupa; la implantación de cementerios fuera de las ciudades españolas de finales del s. XVIII, se relaciona con ambos asuntos ya que a lo largo de la historia del urbanismo de las ciudades multitud de decisiones arquitectónicas han sido justificadas con razones médicas. 

Bajo los reinados de Carlos III y Fernando VI, España vivió un periodo de transformación socio-cultural y económica que fue dirigida por los avances científicos y descubrimientos médicos. Durante el Siglo de las Luces, bajo la ideología de la Ilustración, cambió la manera que muchos hombres tenían de mirar el mundo. Las máximas de razón, igualdad y sanidad apoyadas por los movimientos ilustrados dirigidos desde las recién fundadas instituciones como las Reales Academias de Medicina, de la Lengua y las de Bellas Artes dirigieron la actitud de la sociedad de la época. Sumida en la tradición de las costumbres cristianas y la multitud de cambios socio-económicos que experimentaban sus ciudades, España propició durante este periodo la aparición de nuevas autoridades políticas y colectivos cívicos que competieron con la Iglesia por el control de la vida ciudadana. 

Las graves epidemias por las que se vio afectada la población española del s. XVIII, sumadas al crecimiento demográfico de la mayor parte de las ciudades, contribuyeron  a que el estado de salubridad en las mismas a finales del siglo XVIII, principios del XIX, fuese deplorable. Los enterramientos que se habían estado ejecutando en pequeños cementerios anejos a las iglesias situadas en el interior de las urbes empezaban a ser cuestionados por los médicos e higienistas que veían en estos espacios un foco de contagio. Además comenzaron entonces a expandirse todo tipo de rumores sobre los ruidos en las tumbas, la gente que enfermaba tras visitar una iglesia, en definitiva, sobre el peligro de convivir con los muertos.

El 19 de marzo de 1781, el Consejo de Castilla remitió al rey un documento en el que se trataba de la epidemia manifestada en la villa de Pasajes (Guipúzcoa), achacándola al hedor insoportable de los enterrados en su iglesia parroquial. Ello motivó que se ordenase al Consejo que reflexionase sobre el modo más eficaz de solucionar este tipo de sucesos y para ello tuviese en cuenta las opiniones de obispos y personas pertinentes para poder emitir opinión al respecto y, con un informe sobre el tema, poder consultar al rey la providencia más conveniente para la salud pública. Dicho Consejo recibió multitud de informes y opiniones que, una vez puestas en conocimiento del Rey, dieron lugar a la promulgación de la Ley que acabaría con la inhumación en las iglesias y que provocaría el traslado de los cuerpos al extrarradio de las ciudades acabando con tan insalubre costumbre.

El 3 de abril de 1787 Carlos III decretó a través de una Real Cédula la prohibición de enterrar en las iglesias con motivo de asegurarse la salud pública ordenando el uso de cementerios fuera de poblado y bien ventilados. Quedaron reservados como excepción en la citada Cédula, “según lo mandado en el Ritual Romano y en la Ley II, título 13 de la partida 1ª”, las condiciones de los que podrían seguir enterrándose en las iglesias; exclusivamente gente “de señalada virtud o santidad”.

La primera disposición que reguló la construcción de cementerios se dividía en seis puntos que determinaron el diseño, el uso y la gestión de esta nueva tipología arquitectónica y urbana que comenzaba a implantarse por necesidad higiénica en todas las ciudades españolas. El primer punto establecía la prohibición de seguir enterrando en las iglesias. En segundo lugar, conscientes de no poder ejecutar esta acción de manera inmediata en todas las provincias del Reino, se dio prioridad a aquellas que habían sufrido o estaban sufriendo graves epidemias. El punto tercero, obligaba a la construcción de cementerios fuera de las poblaciones en sitios bien ventilados y alejados de las casas de los vecinos. El cuarto punto exponía quién debía hacerse cargo del plano o diseño de los mismos; los curas o corregidores del partido. Los gastos correrían a cargo de la Iglesia pudiendo ayudar el Estado en una parte o poniendo el terreno donde se asentaría el camposanto, además de los vecinos con participaciones o diezmos, marcaba el quinto punto. Y por último, en el apartado sexto, se hacía referencia a un cementerio que había sido construido tres años antes en la periferia de la ciudad de Madrid y que sirvió como modelo para la puesta en marcha de tan innovadora medida: el cementerio del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, que pasamos a analizar ahora.

[Fig.1]. Proyecto de cementerio para el Real Sitio de la Granja de San Ildefonso. 1784. J. Díaz. (Bertolaccini, 2004).

El proyecto para el cementerio del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, en Segovia, data del año 1784 -anterior a la redacción de la Real Cédula- y su autoría corresponde al arquitecto José Díaz Gamones. El camposanto planificaba un recinto rectangular cuyas medidas responden a 180×90 pies castellanos -50×25 metros-.

Este proyecto era de una sencillez extrema, un muro perimetral encerraba una superficie rectangular de 1.250,00m2 aproximadamente, disponiendo de un acceso en el centro de uno de los lados mayores del rectángulo enfrentado a la capilla de planta rectangular y emplazada en posición central respecto al conjunto, disponiendo al lado derecho de la misma, el cuarto del capellán y al izquierdo la sacristía. Una banda trasera a estas tres instalaciones resolvía una zona de establo y otra de nichos para depósito de cadáveres. Los enterramientos se ejecutaban en el suelo de las dos partes del patio rectangular, en fosas individuales que se extendían a ambos lados y por delante de la capilla o pequeña iglesia.

Aún teniendo un modelo que copiar y la prescripción real, el decreto que obligaba a la separación de vivos y muertos no comenzó a cumplirse en España hasta iniciado el s.XIX. Las dificultades para su establecimiento, según el profesor Coronas (01) eran de tres clases; la primera, referida a su ejecución material, en especial al número de ellos en atención a la población de la ciudad donde se implantase, en segundo lugar, la consideración de los derechos parroquiales, lismosnas, etc, de interés para el clero y en tercer lugar dictaminar de qué caudales o fondos se pagarían estas obras.

Hubo, sin embargo, una experiencia dentro del actual territorio español que se adelantó al cementerio del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso y, por lo tanto, también a la Real Orden, nos referimos a la del cementerio de Poblenou en Barcelona.

Barcelona fue la primera ciudad española que desarrolló la construcción de un cementerio extramuros. Por iniciativa eclesiástica -a manos del obispo Josep Climent i Avinent- y con apoyo de las autoridades civiles se ejecutó en el año 1775, en el barrio conocido actualmente como Poblenou, un camposanto que, aunque desapareció poco después durante la guerra de la Independencia, se adelantó a la real disposición en más de diez años. La concepción de este recinto rompía la tradicional manera de enterrar que tenía la sociedad española del s.XVIII dominada por los ritos católicos y proponía desplazar a los muertos lejos de su parroquia, en este caso, a un lugar solitario, cercano al lazareto y las zonas de cultivo del extrarradio de la ciudad, y cuya referencia eclesiástica no iba más allá de una cruz colocada en el recinto.

El cementerio planificado y construido por el obispo tenía una geometría rectangular y estaba cercado por un muro perimetral para evitar los hurtos. El que iba a ser el primer ejemplo urbano de necrópolis moderna en Barcelona acabó destruido ya que los ciudadanos no estaban aún preparados para aceptar el enterramiento de sus seres queridos alejados de ellos y sobre todo de su parroquia.

En 1804, una Real Orden de Carlos IV exigió de nuevo la aplicación de las medidas redactadas en la orden de 1787 sobre la posición que debían ocupar en las ciudades españolas los cementerios. 

El escrito de 1804 reforzaba el mandato establecido con anterioridad, si bien en su disposición 5ª apuntillaba un concepto que cambiaría el modelo arquitectónico sencillo que prescribió la primera cédula al respecto. Describía ésta, que se destinarían sepulturas privativas o unos pequeños recintos separados, “para que se guarde el honor debido, para los miembros de la iglesia, así como para los párvulos” y se podrían también construir sepulturas de distinción, lo que dará lugar a la diferenciación tipológica, formal y aparente de los enterramientos. Si hasta ahora la austeridad había sido una premisa en el diseño de estas ciudades para los muertos, a partir de este momento, las tipologías urbanas ensayadas en ellas empezaron a incorporar geometrías más elaboradas, conceptos orgánicos que llegan de las primeras experiencias de París y diferenciación en las moradas eternas que ya no sólo se establecerían en fosas en el suelo sino también en nichos y sobre todo en panteones que demostrasen la importancia de la familia que ahí yacía.

Desde 1787, la construcción de los cementerios recayó sobre los párrocos que gestionaban la construcción de los mismos mediante el dinero de las parroquias, pero esto fue modificado en las distintas órdenes que dictaminaron sobre el asunto posteriormente, auspiciando a los ayuntamientos a promover su construcción y dándoles facilidades para asumir su coste: la vida del más allá comenzaba a ser cosa de las entidades civiles del más acá. 

Los “Cementerios” como tema de proyecto de las Reales Academias de Bellas Artes

Desde mediados del s.XVIII, las Academias de Bellas Artes -lugares destinados al aprendizaje de las enseñanzas de arquitecto o maestro de obras- se convirtieron en instituciones en las que se ensayaban los incipientes temas de debate arquitectónico y se proponían concursos de proyectos de arquitectura -dentro de la enseñanza de la misma carrera-. Hemos encontrado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando -en adelante RABASF- en Madrid y en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos -en adelante RABASC- de Valencia, un gran número de proyectos de cementerios realizados desde 1783 hasta mediados del s.XIX.

Camposantos anteriores a la Real Cédula de Carlos III

Antes de la experiencia de Poblenou y de la construcción del cementerio de la Granja de San Ildefonso, se proyectaron algunos camposantos que establecieron los parámetros de referencia para el diseño de estos recintos sagrados. 

El primer proyecto conocido de camposanto en España está firmado por Manuel Molina y fechado en 1752, dejando constancia de que la preocupación por la insalubre costumbre de enterrar en la ciudad existió con anterioridad a la redacción de la Real Orden. El ayuntamiento de Madrid, ante el deplorable estado de los espacios que, en el interior de las iglesias, estaban dedicados a la inhumación en la capital, encargó al maestro de obras un proyecto de camposanto “seguro y decente”. Molina presentó un cementerio para albergar a los muertos de las distintas parroquias de la ciudad, formalizado en un recinto rectangular de 1.397,50m2 -100×180 pies- dentro del cual existía una división a modo parcelario -únicamente a nivel del terreno- asignando a cada parroquia un trozo de terreno en función de la previsión de cadáveres de la misma. En el centro del recinto se sitúa una capilla de nave única a la que se llega a través de una pequeña galería porticada que ocupa el ancho de la iglesia. En el lateral izquierdo de la capilla aparecen dos estancias de servicio, entre ellas la sacristía. La galería porticada que rodea la capilla acogería las sepulturas de los personajes ilustres de las diferentes parroquias madrileñas, mientras que el resto serían enterrados en fosas al aire libre. El profesor Saguar Quer se refiere a este camposanto como “un osario” que jamás llegó a construirse (02).

[Fig. 2]. Izq. Proyecto de camposanto seguro y decente. 1752. Manuel Molina. Madrid, Archivo de la Secretaría del Ayuntamiento. Dcha. Proyecto de cementerio para la ciudad de Palencia. 1783. Ventura Rodríguez. Madrid. (Bertolaccini, 2004).

En 1783, Ventura Rodríguez presentaba otro proyecto de camposanto para el municipio de Villarramiel de Campos, en Palencia.

En este caso la geometría del recinto acorralado es un cuadrado de 160 pies de lado con una superficie total de aproximadamente 2.000,00m2. Un único acceso en mitad de uno de los lados del cuadrado crea una perspectiva visual lineal que acaba en la sencilla capilla adosada al muro opuesto a la entrada. Planifica este camposanto una galería perimetral con nichos para el enterramiento de las personas notables -marcando ya la distinción social dentro de las ciudades silentes aunque no fue hasta 1804 cuando se dictaminó sobre el asunto- mientras el resto serían enterrados en el suelo del recinto. 

En 1784 se presentaron en la RABASF cinco proyectos de campo-santos. Todos ellos resolvían el programa de alojar 4.000 inhumaciones y estaban planteados para superar la prueba de pensado de sus autores. El primero de ellos, de Tomás Toribio, proyectó una ciudad de 250 pies cuadrados -5.184,00m2– delimitada con un muro de cierre perimetral colonizado por una galería de arcadas que daban paso a un recinto central destinado a enterramientos en el suelo mediante fosas. La capilla forma parte del acceso al recinto en el centro de uno de sus lados. El segundo proyecto presentado este mismo año por el aspirante a arquitecto Vicente Sancho y Burguillo, aún respondiendo al mismo programa funcional, destina un emplazamiento bastante más pequeño que el anterior -1.747,50m2-, 150 pies cuadrados definen el recinto cuya organización es muy similar a la del proyecto anterior diferenciándose por la disposición de nichos en altura en el todo perímetro del cementerio y dejando la posición centralizada para la capilla. El dibujado por Esteban de los Reyes Calderón planifica un espacio rectangular de 480 por 320 pies -11.925,50m2-, mucho mayor que los estudiados hasta ahora para albergar el mismo programa. Este camposanto, al igual que el de Sancho y Burguillo, coloca la capilla en el centro geométrico del recinto y propone enterramientos en fosas y en nichos. Un cuarto proyecto fue presentado por Ángel Fernández ordenando un recinto rectangular de 400 por 500 pies -14.000,00m2– acorralado de nuevo con un muro y con una galería perimetrales que dejan un espacio interior al aire libre para enterramientos en el suelo. El acceso se produce por el centro de uno de los lados menores, el enfrentado a la capilla que hace de fondo de perspectiva del recinto. El último proyecto de cementerio que se conserva en la Academia del año 1784 es el realizado por Juan Bautista García que presentó un “Cementerio para un pueblo de 4.000 vecinos”. Dicho camposanto plantea una geometría rectangular en planta de 800 por 450 pies delimitada por un perímetro rodeado de arcadas, Saguar Quer lo define como una especie de ágora para difuntos (03). La fachada principal está propuesta en uno de los lados mayores del rectángulo, en cuyo centro se sitúa la capilla, de planta circular. La superficie de la planta es de 26.585,00m2, muy superior a la de los proyectos que ese mismo año se habían presentado.

[Fig. 3]. Izq. Proyecto de cementerio de Juan Bautista García. 1784. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4731). Dcha. Proyecto de cementerio para un pueblo de seis mil vecinos, de Nicolás Minguet. 1785. Valencia, Archivo de la RABASC. Prueba de pensado. Cajón 4, nº301.

Entre los proyectos más sencillos de esos años conservados en las Reales Academias españolas se encuentra el proyectado en el año 1785 por Nicolás Minguet y guardado en la RABASC, que según el profesor Martínez Medina se inspira en los foros romanos, encerrando en un rectángulo un patio rodeado por columnas y presidido por las edificaciones de la ermita y los anexos funerarios con formalismos neoclásicos (4).

Camposantos posteriores a la RC de Carlos III

En el año 1787, a la vez que se desarrollaba el proyecto para el camposanto que sirvió de modelo a la posterior Real Orden de Carlos III -el del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso-, se presentaba en la RABASF un proyecto firmado por Evaristo del Castillo para un “Cementerio fuera de poblado” cuya planta cuadrada de 250 pies de lado y galería perimetral destinada al enterramiento con nichos en cuatro alturas recuerda mucho al de Ventura Rodríguez para Palencia. La capilla se disponía al fondo del recinto enfrentada a su acceso y pegada al muro de cerramiento que lo delimitaba.

[Fig. 4]. Izq. Cementerio fuera de poblado en Madrid. 1787. E. del Castillo. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4741, A-4742). Dcha. Proyecto para un cementerio en despoblado en Madrid. 1789. F. Orsolino. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4747 a 4750).

El tipo arquitectónico que se impuso fue el del recinto rectangular con valla recorriendo su perímetro flanqueada por uno o varios puntos de acceso y capilla ocupando una posición privilegiada, al fondo o en el centro del emplazamiento. Tras la observación de las secciones de los distintos proyectos encontrados, en los terrenos propuestos para los diferentes emplazamientos no se aprecian desniveles importantes; así geometría racional, simetría y austeridad rigieron los primeros diseños de estas ciudades para los difuntos (05).

En el año 1789, dos proyectos planteaban otros modelos de cementerio. El primero fue un “proyecto para un cementerio en despoblado” que firmó Francisco Orsolino. De nuevo la planta rectangular -de 5.184,00m2– con acceso desde el centro de su lado mayor y una organización espacial mediante cuadrantes por los que se circula de unos a otros. En el primero de ellos, la iglesia de planta de cruz latina y, a ambos lados de la misma, dos patios circundados de galerías. El recinto de 270 por 170 pies adopta la tipología de enterramiento en fosa como principal. 

El segundo de los proyectos conservados en la RABASF es el que Juan Francisco Ribas propuso para una población de 500-600 vecinos. Con una planta rectangular, encerrada en un muro de 82 por 124 pies -743,00 m2, proponía enterramientos en fosas en todo el perímetro de la capilla que ocupaba la posición central del recinto –RABBAASF-GD (4744)-. 

En 1799 fueron tres los proyectos presentados por Pedro Nolasco Ventura, quien ganó el primer premio de primera clase del concurso general que cada año convocaba la Real Academia con el proyecto de tres soluciones para un “cementerio para la ciudad de Madrid”. La primera propuesta planteaba una planta rectangular de 700 por 500 pies -6.305,30m2– en cuyo lado mayor se producía el acceso al camposanto que presentaba en el lado opuesto su capilla como fondo de perspectiva desde la entrada. La segunda solución -con 48.560,00m2 aproximadamente de planta- ampliaba el primer recinto descrito mientras que la tercera incorporaba la semicircunferencia y volvía a planificar una planta de menores dimensiones -19.750,00 m2-.

[Fig. 5]. Proyectos de cementerio. 1799. P. Nolasco Ventura. De izquierda a derecha, 1ª, 2ª y 3ª propuesta. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4751 a 4759).

Otro sencillo proyecto de cementerio fue el realizado por Matías Gutiérrez en 1801. De nuevo, una planta cuadrada de 150 pies de lado circundada por galerías porticadas en cuyo centro se alojaban, en el subsuelo, las fosas destinadas a enterramiento.

[Fig. 6]. Matías Gutiérrez. 1801. Proyecto de cementerio. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4760). Dcha. Fornés, Josef. 1804. Camposanto para una población de 6000 vecinos, un clero y dos comunidades. Valencia, Archivo de la RABASC. Prueba de pensado. Inventario nº152.

La RABASC conserva un proyecto de “Camposanto para una población de 6.000 vecinos, un clero y dos comunidades”, presentado en 1804 por Josef Fornés. La planta queda definida por una circunferencia de 182,5 palmos valencianos de radio que se une a unos cuerpos rectangulares anejos en sus ejes definiendo una superficie total de 7.721,50m2 para el recinto completo. 

Del año 1808 se conserva en la RABASF un proyecto de “Cementerio para 9.000 cadáveres” de Leonardo Clemente. Es el primero del que tengamos conocimiento que planifica el espacio de enterramiento en dos plantas, una subterránea de geometría cuadrada de 470 pies de lado donde las inhumaciones se disponen en galerías de nichos en altura y otra planta a cota cero o planta baja, donde una galería porticada circunda el recinto que propone en su interior un gran patio para fosas enterradas en el subsuelo que da paso a la parte orgánica del cementerio encerrada en una semi-circunferencia que envuelve el espacio detrás de la capilla, dispuesta en el lado opuesto al acceso al camposanto. Un panteón para los hombres ilustres de la nación se emplaza en el centro geométrico del cuadrado que define la geometría de la planta baja. La superficie total el recinto es de 37.363,00m2, de los que en planta baja están ocupados 21.638,00m².

[Fig. 7]. Leonardo Clemente. 1808. Cementerio con panteón para Señores Títulos. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4761-62).

No solo se han encontrado propuestas de cementerios para la capital española. Existen planos de cementerios pensados para las ciudades de Murcia, Palencia, Zaragoza, Tarragona, Valladolid y Granada, casi siempre asociadas al lugar de origen de sus proyectistas.

Se conservan dos proyectos de cementerio para la ciudad de Murcia en la RABASF en Madrid, el primero es el firmado por José Navarro David en el año 1815. 

[Fig. 8]. Izq. José Navarro David, 1815. Cementerio para Murcia. Prueba de pensado para maestro arquitecto. RABASF-GD (A-4811, A-4812). Dcha. De Aguirre, Joaquín, 1817. Magnífico cementerio general. Prueba de pensado para maestro arquitecto. RABASF-GD (A-4766).

El proyecto de José Navarro David define una planta cuadrada con un único acceso en el centro de uno de sus lados en el que también se dispone el bloque de servicios del camposanto. La capilla ocupa el espacio central de este bloque precedida por un pórtico que recibe al visitante y organiza la entrada. Un muro perimetral rodea todo el recinto. En el punto medio de cada uno de sus lados se proponen espacios abovedados para enterramiento en nichos destinados al clero, comunidades religiosas y gente de ´distinción`. También, en los extremos del bloque que coloniza el lado del cuadrado que define la entrada con los servicios, se sitúan dos cavidades con nichos destinados a párvulos y otras jerarquías sociales (nobles, autoridades, etc.). En el centro geométrico se sitúa un espacio abovedado para enterramiento de ajusticiados y muertos en epidemias. Los enterramientos generales se practicarían en fosas en el terreno.

De 1817 encontramos un proyecto de “Magnífico cementerio general” firmado por Joaquín de Aguirre con una planta rectangular de 640 por 390 pies -21.226,80m2-. El acceso al camposanto de nuevo se resuelve en el centro de uno de los lados mayores del rectángulo que define la planta a través de la capilla dispuesta en este mismo extremo. Una organización claustral encierra un gran patio destinado al enterramiento en fosas en cuyo perímetro se dispone una galería porticada con nichos en altura. A ambos lados del espacio central, dos bandas -una a cada lado- encierran unos patios de menor tamaño que organizan el espacio de la misma manera que el central.

De 1827 hemos hallado un par de cementerios para la ciudad de Granada, el primero de José Contreras y el otro de Felipe Justo Quintana. El proyecto de José Contreras se concentra en una planta rectangular de 155 por 210 pies, lo que hace una superficie de 2.387,00m2 con un único acceso que define un eje que comienza en el centro de uno de los lados menores del rectángulo. La organización es muy similar a la propuesta por N. Minguet en 1785 para un camposanto valenciano, con la única diferencia de que éste incorpora la tipología de nichos en altura en todo el perímetro del recinto.

[Fig. 9]. Contreras, José. 1827. Cementerio para la ciudad de Granada. Prueba de pensado para maestro de obras. RABASF-GD (A-4769, A-4767). Dcha. Quintana, Felipe Justo. 1827. Magnífico cementerio general. Prueba de pensado para maestro arquitecto. RABASF-GD (A-4772).

El proyecto de Felipe Justo Quintana, más complejo y de mayores dimensiones al anterior -11.600,50m2– está definido por una planta rectangular de 450 por 225 pies al que se la adosan algunos cuerpos laterales y uno semicircular al fondo. Una sucesión de patios porticados dan lugar a un recorrido cuyo planteamiento recuerda al que F. Orsolino presentara en 1789 a la RABASF.

En 1830, Francisco Enríquez y Ferrer redactó otro proyecto para un cementerio que mantenía la planta rectangular pero dotaba de mayor contenido arquitectónico a su interior mediante la inclusión en los patios de jardinería y elementos escultóricos, además de bordear el recinto interior con galerías porticadas.

El plano del proyecto está dibujado en varas castellanas encerrando un cuadrado de 192,5 varas de lado que se alarga en uno de sus lados hasta alcanzar 200 varas por la adición de dos bandas, la que resuelve el acceso y la trasera, haciendo un total de 34.954,00m².

Se incorporó entones el concepto de `cementerio jardín´ que en otros países -París o Londres- ya había sido ensayado. Hasta ahora, todos los proyectos analizados obviaban la inclusión de vegetación, tal vez escuchando algunas voces que atestiguaban sobre la plantación de árboles en los cementerios “pues sobre que sus raíces estorban a los sepultureros hacer las hoyas y perjudican notablemente a las paredes de las iglesias, sus ramas forman una especie de cubierto que detiene los vapores fétidos, y estorba circule el aire con la facilidad que circularía estando abierto el cementerio a todos vientos, cuya disposición es mejor para cualquiera”(06).

[Fig. 10]. Izq. Enríquez y Ferrer, Francisco. 1830. Cementerio. Proyecto de 1830 presentado en la Academia en 1845 para revalidar título de arquitecto. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4780). Dcha. Mendoza y Grajales, Manuel 1830.Cementerio para la ciudad de Zaragoza. Prueba de pensado para maestro de obras. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4778, A-4779).

A partir de los años 20-30 del s.XIX la experimentación tipológica de los cementerios ofrece una serie de proyectos de geometrías más elaboradas cuyos condicionantes de partida ya han dejado atrás las austeras especificaciones de la primera Real Orden dictada medio siglo antes. Se empezaron a prever grandes espacios ajardinados en el interior de los recintos cementeriales, además, se planifican las ciudades para los muertos distinguiendo clases sociales mediante tipologías edificatorias -mausoleos, panteones, iglesias sepulcrales, capillas-.

Es el caso del cementerio propuesto en el año 1830 para la ciudad de Zaragoza de Manuel Mendoza y Grajales, cuyo plano de planta general muestra una planta octogonal con dos accesos que definen un eje que atraviesa el mismo y sobre el que se dispone en uno de sus inicios el acceso al camposanto recogido por un bloque de edificación que coloniza uno de los lados del octógono y resuelve la zona de servicios del cementerio -depósitos de cadáveres, estancia del guardia, pabellón de autopsias-. En el centro del mismo una capilla también de planta octogonal que se erige como único elemento en altura del recinto, a excepción de los muros que circundan éste y sobre los que se apoyan las galerías perimetrales de nichos. El octógono proyectado tiene una dimensión de 90 varas de lado -75,23 metros-, lo que hace un total de 26.395,00m².

En el año 1831 se presentaron en la academia tres proyectos más. Dos de ellos trabajaban el programa funcional de camposanto para un pueblo de 400 vecinos mientras el tercero era otra propuesta de cementerio para la ciudad de Murcia.

Los dos proyectos que trabajan sobre el mismo programa funcional lo hacen de manera muy austera. En el primer caso, el proyecto firmado por José Antonio Achutegui, una planta rectangular define el recinto de 155 por 125 pies -1.822,00m²- que se formaliza mediante la disposición claustral del espacio que encierra un patio para enterramientos en el subsuelo y una galería perimetral porticada que da acceso a los espacios destinados el enterramiento en nichos en tres alturas.

[Fig. 11]. Achutegui, José Antonio de. 1831. Un cementerio o camposanto para un pueblo de 400 vecinos. Prueba de repente para maestro de obras. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4786). Dcha. Garmendia y Ugarte, José Ignacio de. 1831. Un cementerio o camposanto para un pueblo de 400 vecinos. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4795).

El proyecto de cementerio para la ciudad de Granada de José Ignacio Garmendia y Ugarte parece una reproducción exacta del anterior con la única diferencia de que la geometría de base ahora es un cuadrado de 175 pies de lado, lo que planifica un recinto un poco más grande que el anterior, en concreto de 2.376,50m².

El otro de los proyectos de cementerio para la ciudad de Murcia es el que Francisco Bolarín Gómez diseñó en el año 1831 para revalidar su título de arquitecto. Este camposanto de nuevo propone una planta cuadrada de 550 pies de lado -23.485,00m²- donde el perímetro está bordeado con un pórtico que propone los enterramientos en nichos a lo largo del mismo. El acceso no es único sino que dos puntos se enfrentan para poder flanquear el recinto y crear un eje de circulación en el mismo. De nuevo en los centros de cada uno de los lados del cuadrado se planifican puntos singulares. Enfrentado al acceso, un pórtico para exequias militares y en los dos laterales, enterramientos de distinción, además, se distribuyen por todo el pórtico perimetral catorce espacios realzados donde se ubican, en urnas bajo arcos, los restos de menor distinción. Los enterramientos comunes se distribuirían en fosas en el suelo organizadas por cuadrantes.

 [Fig. 12]. Izq. Bolarín y Gómez, F. 1831. Cementerio para Murcia. Prueba de repente para maestro de obras. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4786). Centro. Escoriaza, José Segundo de. 1832. Un cementerio o camposanto para un pueblo de 400 vecinos. Prueba de repente para maestro de obras. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4787). Dcha. Moler, Ramón. 1832. Un cementerio para Barcelona. Prueba de pensado para maestro arquitecto. Madrid, Archivo de la RABASF-GD (A-4788).

En el año 1832 fueron presentados en la RABASF dos proyectos de camposanto: el primero de José Segundo de Escoriaza planificaba un cementerio para un pueblo de 400 vecinos en una geometría rectangular de 85 por 130 pies -818,80m²- que proponía un acceso en el centro de uno de los lados menores del rectángulo, lado en el que se adosaban los edificios dedicados a servicios mientras en el centro del recinto delimitado perimetralmente por un muro, un patio ordenaba los enterramientos en fosas en el suelo que a sus lados acogían dos grandes hiladas de nichos en altura adosadas a los muros de cerramiento. Al fondo la capilla.

El segundo de los proyectos es el que Ramón Moler presentara para la ciudad de Barcelona. Dibujado en pies catalanes encierra una superficie de 6.305,30m².

También hemos encontrado en las Academias proyectos funerarios de principios del s.XIX que responden a geometrías más sofisticadas y de carácter utópico, tal vez bajo la influencia de lo que pasaba en Francia -Boullé, Ledoux-.

En 1837, J. B. Peyronnet diseñó un proyecto para un cementerio cuya planta en semicírculo recuerda algunos proyectos franceses de mediados del s.XVIII. Las dimensiones del camposanto dejan de ser austeras llegando a alcanzar los 47.345,00m². La propuesta planifica galerías de nichos perimetrales en todo el muro que envuelve al recinto y en el interior, una división en parterres que acompañan la geometría propuesta clasifica los enterramientos dispuestos de forma radial al centro del semicírculo, ocupado por la capilla concebida como panteón en dos plantas de altura.

[Fig. 13]. Izq. Peyronnet, Juan Bautista. 1837. Proyecto de cementerio. Archivo de la RABASF-GD (A-4792 a 4794). Centro. Arévalo Herranz, Miguel. 1842. Un cementerio para la ciudad de Valladolid. Archivo de la RABASF-GD (A-4804). Dcha. Rosell y Rosell, José. 1842. Un cementerio para la ciudad de Tarragona. Archivo de la RABASF-GD (A-4802).

Los dos proyectos encontrados del año 1842 en la RABASF planifican un cementerio para la ciudad de Valladolid, el primero, y un cementerio para la ciudad de Tarragona, el segundo.

El proyecto para Valladolid fue realizado por Miguel Arévalo Herránz proyectando una ciudad de planta cuadrada de 455 pies de -15.030,75m²- en cuyo centro geométrico se posiciona la capilla de planta de cruz. De nuevo el recinto está circundado por galerías de nichos en altura dejando el espacio interior para los enterramientos en fosas.

El proyecto de José Rosell y Rosell para la ciudad de Tarragona se asemeja al de F.J. Quintana de 1827 en la sucesión de espacios interiores organizados como patios independientes entre sí, cada uno rodeado de su galería porticada que proporciona acceso a los enterramientos en nichos de altura. Tiene una superficie total de 21.638,00m².

Los primeros modelos analizados -que abarcan desde mitad del XVIII a principios del XIX- seguían patrones racionales bajo geometrías rectangulares muy sencillas, así la RABASF fijó su prototipo de camposanto partiendo de las características del cementerio que podríamos definir como `mediterráneo´; un espacio rectangular circundado por un muro perimetral en cuyo interior se disponían los enterramientos en fosas bajo rasante en base a unos patrones racionales de diseño de viales y espacios públicos.

A partir de la primera década del s.XIX, bajo la influencia de los pensamientos de la Ilustración, la organización de estas ciudades empezó a transformarse dando lugar, como en la ciudad de los vivos, a esquemas geométricos más complejos que organizaron la nueva urbe teniendo en cuenta la distinción social, aunque el modelo que prevaleció de manera general fue el de camposanto mediterráneo, y así se ensayó en las principales provincias españolas de la época; Madrid, Sevilla, Zaragoza, Barcelona o Valencia.

Primeros cementerios extramuros en Madrid

A la entrada del s.XIX, Madrid seguía sin cementerio general municipal. La grave situación del XVIII se había vuelto insostenible por lo que en 1783, la Real Academia de Historia propuso la construcción de cuatro cementerios fuera de la ciudad. El Ayuntamiento cedió los terrenos para la construcción de los dos cementerios que finalmente se ejecutaron al norte y al sur de la urbe.

Al norte, se construyó entre 1804 y 1809 el cementerio General del Norte en las afueras de la Puerta de Fuencarral, proyectado por el entonces arquitecto municipal Juan de Villanueva. El cementerio del Sur o de la Puerta de Toledo, proyectado por Juan Antonio Cuervo en 1810, fue ejecutado este mismo año. Los del Este y Oeste no se llegarían a ejecutar jamás. 

[Fig. 14]. Izq. Planta del cementerio General del Norte de Madrid, 1804. Juan de Villanueva. (AHN, Consejos, MPD.1181 y 1182). Dcha. Planta y alzado del cementerio General del Sur de Madrid, 1814. Juan Antonio Cuervo. (AHN, Consejos, MPD. 2884).

El plano del diseño original de Juan de Villanueva para el cementerio General del Norte se define como Plan del Cementerio para las Parroquias aquí indicadas, como se puede leer en el plano de la [Fig.14. Izq.]. Se trata de una planta cuadrada de 200 pies de lado -55,72×55,72 = 3.104,71m2– a la que se añade en el único lado que propone el acceso un cuerpo anejo al mismo donde se alojan las dependencias de servicio del camposanto; depósito de cadáveres, la estancia para el guardián del cementerio y espacio de almacenaje. En el centro del emplazamiento, completamente privado de vegetación de acuerdo a los preceptos higienistas de la época, se eleva una capilla de planta cuadrada alrededor de la que se dispusieron diferentes parcelas para las parroquias madrileñas.

En 1809, ante la incapacidad del Cementerio General del Norte para dar acogida a todos los caídos en la Guerra de la Independencia se empezó a plantear la construcción de otro cementerio, el cementerio del Sur. Debido a la escasez económica del periodo de esta guerra, y basándose en las premisas que la Real Orden proponía para la creación de los recintos funerarios, el nuevo camposanto se plantea con un diseño muy sencillo, tanto que las obras de ejecución del mismo duraron tan solo un año aproximadamente -de junio de 1809 a mayo de 1810-.

Del proyecto se ha encontrado un plano de J. A. Cuervo del año 1814 que presenta un recinto cuadrado de 300 pies de lado acorralado con un muro perimetral continuo que delimita una superficie de 6.922,96m2 y dividido en 8 parcelas simétricas -respecto a un eje central que trocea el cuadrado en dos marcando los accesos al recinto- que se ven distorsionadas por el establecimiento de la capilla en uno de los accesos del camposanto. Pegada a la capilla se emplaza la casa del guardián.

Taxonomía: modelos de trazado y morfologías urbanas de los cementerios en España

Tras la descripción hecha en los puntos anteriores en los que se ha realizado un repaso de los primeros cementerios extramuros ensayados en las principales ciudades españolas durante los siglos XVIII y XIX, así como los proyectos que dieron forma a los mismos, procedemos ahora a su clasificación.

Los camposantos analizados muestran patrones de colonización espacial muy concretos, modelos que se han ido repitiendo, copiando, evolucionando de tal manera que taxonomizar su geometría, tamaño y forma nos ayudará a entender estos recintos y las leyes urbanas planificadas en ellos. Este apartado pretende establecer una clasificación de esos espacios urbanos, con la finalidad de determinar sus patrones de origen así como su evolución. Estableceremos los distintos modelos de trazado que han existido en el territorio nacional y analizaremos las diferentes morfologías urbanas que los han ordenado. 

Modelos urbanos: del ‘cementerio ilustrado’ al ‘cementerio romántico’

Los progresos en el área de las ciencias, en concreto de la medicina, apoyaron la teoría de que la putrefacción de los cuerpos producía los miasmas, efluvios aéreos tan temidos por los habitantes de las ciudades decimonónicas. Así, las iniciativas para la construcción de campo-santos alejados de las ciudades fueron otro más de los adelantos de la época. Los primeros cementerios que surgieron bajo esta nueva ideología los denominaremos `cementerios ilustrados´. Dentro de los mismos distinguiremos dos: en primer lugar, el `espacio ilustrado u original´ y en segundo, los formados `por adición del tipo original´.

El `espacio ilustrado o inicial´ igualitario, yermo y aséptico

Tres elementos fundamentales forman parte o definen los primeros proyectos de cementerios que surgieron a mediados del s.XVIII: 1) el muro de cierre, 2) la capilla o un monumento `cruz´ a eje y 3) un acceso enfrentado al monumento `cruz´ o capilla. 

El patio es el elemento que organiza el espacio interior en todos los recintos funerarios ilustrados. Las geometrías que sirven de base son el cuadrado o el rectángulo, lo que origina recintos muy sencillos a nivel formal que planifican los enterramientos de manera igualitaria, todos en fosas empotradas en el subsuelo. La obstinación por conseguir un espacio aséptico y bien ventilado derivó en la concepción de espacios yermos, donde la vegetación no tenía cabida.

[Fig. 15]. Esquemas de cementerios en España. Siglos  XVIII y XIX. El “espacio ilustrado o inicial”. Elaboración propia.

Los esquemas elaborados nos permiten una clasificación en tres tipos dentro de esta denominación de `cementerio ilustrado´ -ver [Fig.15.]-. El cuadrado como base formal para la planta del camposanto, a) encerrada con su muro perimetral sólo perforado con el único acceso existente enfrentado a la capilla que forma parte del eje que parte del punto de entrada. El rectángulo, opción b) amplía la superficie de enterramiento bajo una geometría muy sencilla y con las mismas normas que el caso anterior solo que ahora existe un eje mayor transversal a la forma base y un eje longitudinal más corto que une acceso y capilla. Por último, una tercera clasificación, c) que gira 90º el modelo b) y en este caso el eje mayor se extiende desde el acceso hasta el cerramiento opuesto del camposanto donde se encuentra la capilla.

Dentro de esta tipología podríamos incluir el cementerio de E. de Castillo proyectado en 1787, así como el ensayado por Ventura Rodríguez para un cementerio en Palencia -ambos tipo a)-. 

El recinto del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso responde al tipo b), el rectángulo con todas sus limitaciones. El primer proyecto de cementerio extramuros en territorio español, el que Manuel Molina proyectó en el año 1752 podríamos catalogarlo como tipo c) aunque en este caso la capilla ocupaba una posición centralizada respecto al conjunto. También el de Poblenou tendría aquí cabida. 

El formado por adición del tipo inicial

Tras la elaboración y construcción de algunos proyectos y la difusión de los mismos, el tipo original se fue complejizando dando lugar a recintos que partían de una misma célula original que se repetía.

En los esquemas d) y e) de la [Fig. 15] podemos apreciar como el recinto de nuevo está cercado por un muro perimetral, pero este acoge ahora a varios recintos rectangulares que se organizan de manera independiente -cada uno funciona como anteriormente lo hacía el original- y que se suceden mediante circulaciones y perspectivas continuas entre ellos. La generación de diferentes patios comenzó a organizar distintos recintos interiores, cada uno de ellos delimitado perimetralmente en muchas ocasiones con una nueva tipología de morada silente; el bloque de nichos.

Estos esquemas podemos apreciarlos en el proyecto de cementerio que F. Orsolino diseñó en 1789 o las propuestas de Nolasco Ventura dibujadas en 1799 para un cementerio en Madrid.

Aparición del jardín

A principios del siglo XIX el conocimiento de otras experiencias en este ámbito ejecutadas en Francia o Inglaterra hizo que los arquitectos planificasen estos espacios con mayor libertad proyectual y que la imitación de modelos vecinos empezase a estar bien vista.

La experiencia del cementerio parisino de Pére Lachaise en París o la de alguno de los cementerios de Londres, fueron modelos para el diseño de los espacios que se estaban trabajando en territorio nacional. Aparecieron modelos de nueva planta, como en el esquema f) de la [Fig. 15] donde un cuerpo con geometría rectangular acogía el acceso y algunos pabellones de servicio e incluso la capilla, y tras este primer volumen aparecía una zona más orgánica y cuya disposición de circulaciones y moradas era aleatoria. También incorporaron este jardín algunos cementerios que ya se encontraban construidos con los esquemas del modelo ilustrado inicial, al que se le añadía este patrón para ampliar sus recintos, g). El cementerio planificado por Leonardo Clemente en 1808 es un claro ejemplo del tipo expuesto.

De nueva planta romántico; distinguido, ajardinado, monumental

La incorporación definitiva del modelo romántico se comenzó a trabajar a mediados del s.XIX y dio lugar a diversas manifestaciones de nuevos recintos donde las circulaciones ya no formaban una trama sino que se planificaban de manera más libre. Las tipologías arquitectónicas también ofrecen esta variedad funcional además de incorporar la distinción entre las clases sociales a que iban destinadas. Es ahora cuando se construyen panteones que ponen de relevancia la prestancia que el difunto tuvo en vida y las fosas quedan relegadas a los menos pudientes quedando los bloques de nichos para las clases medias.

El mejor ejemplo de estos cementerios de nueva planta románticos es la necrópolis del Este o de Nuestra Señora de la Almudena en Madrid -1884- y su planta de geometría trilobulada.

Fundación y evolución de los primeros cementerios españoles. Paralelismos entre las ciudades de los vivos y las de los muertos a modo de conclusión

Son muchos los proyectos de cementerios planificados desde finales del s.XVIII a mediados del XIX que hemos encontrado en las Academias de Bellas Artes y en los Ayuntamientos nacionales. Se ha intentado exponer en este artículo los casos más relevantes con la finalidad de aproximarnos al abanico de posibilidades que existió y así realizar una conclusión sobre su fundación, evolución y tipología.

Aunque hemos analizado muy distintas propuestas para el diseño de un campo santo, también hemos detectado muchos puntos en común entre ellas que nos ayudan a definir su evolución tipológica y a concretar cuáles fueron los elementos comunes a las mismas en cada una de sus etapas de crecimiento. 

Los cementerios, al igual que las ciudades de los vivos, se desarrollaron de manera paralela a las necesidades de la población que debían acoger. Sus orígenes fueron planificados con esmero creando en origen recintos de reducidas dimensiones con una geometría muy básica en la que las moradas se disponían según una trama que organizaba a sus habitantes de la manera más racional posible. Estos primeros recintos austeros y sencillos se complejizaron conforme iba creciendo la necesidad de enterrar más cuerpos y acogieron en su interior nuevos espacios residenciales.

La primera alteración espacial de los cementerios fue la incorporación de la nueva tipología de panteón, que en origen se dispuso en los laterales del eje que ordenaba el camposanto uniendo acceso y capilla. Esta nueva `residencia´ surgida tras primer tercio del s.XIX, sobre 1835, individualizaba los enterramientos estableciendo una morada eterna para los miembros de una misma familia. Las fosas siguieron usándose para los menos pudientes y la nueva clase burguesa surgida a principios del s.XIX demostró su pujanza no solo en vida a través de sus residencias urbanas sino también con sus panteones una vez muertos. El ideal ilustrado con el que surgieron las primeras planificaciones de los cementerios extramuros se transformó con la aparición del panteón que provocó el cambió en la parcelación del cementerio creando parcelas más amplias con lo que varió el precio del suelo de las distintas zonas del camposanto creándose los barrios en su interior.

Pasada la mitad del s.XIX la mayoría de los cementerios españoles necesitaron una ampliación. Se planificó este primer incremento de superficie de manera muy sencilla, adquiriendo terreno colindante y sumándolo al recinto existente que normalmente se veía prolongado por algunos de sus lados. Esta superficie sumada al recinto original daba lugar a recintos rectangulares que prolongaban el desarrollo planificado con antelación siguiendo sus mismos patrones de distribución y colonización espacial.

Hizo irrupción con profusión en los espacios de inhumación entonces una nueva tipología de enterramiento, el columbario de nichos. La nueva forma de agrupar cadáveres rentabilizaba aún más el suelo apilando los cuerpos en vertical. 

En el s. XX, las nuevas ampliaciones empezaron a complejizarse espacialmente y surgieron entonces modelos cuyas plantas eran la unión de diversas geometrías más difíciles.

Para concluir, el estudio de los proyectos originales de los cementerios desarrollados en España desde finales del s. XVIII a mediados del XIX nos aporta nuevos datos que, de una parte, nos amplían el conocimiento general sobre las tipologías que se trabajaron para la implantación de las nuevas ciudades y, de otra, nos descubren los rasgos característicos de los modelos urbanos que surgieron.

Los cementerios fueron, pues, un espejo de los poderes sociales de las ciudades a las que servían y la clase emergente de la burguesía hizo ostentación de sus logros y su posición en el escalafón social tanto en las ciudades de los vivos como en las eternas. Y aunque la arquitectura parece que siempre ha vivido frente a la vida, como en las ciudades invisibles de Calvino (07), vida y muerte son dos caras de la misma moneda: no hay ciudad de los vivos sin su Eusapia o ciudad de los muertos.

Bibliografía

(01) CORONAS GONZÁLEZ, S.M. (1992). Los fiscales del Consejo de Castilla en el s.XVIII. Madrid: Consejo para las Administraciones Públicas.

(02) SAGUAR QUER, C. (1995). «Ciudades de la memoria. Proyectos de arquitectura funeraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando» en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Segundo semestre de 1995, nº81, 

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(04) MARTÍNEZ MEDINA, A. (2014). «El cielo en la tierra: cara y cruz de las ciudades de los muertos en el siglo XIX» en Canelobre, nº63. Alicante. 

(05) Ibídem

(06) BAILS, B. (1778). Elementos de matemáticas. Tomo IX, Parte I. Madrid: Joaquín Ibarra.

(07) CALVINO, I. (1998) (orig_1972). Las ciudades invisibles. Madrid: Minotauro. 

Siglas utilizadas

A.H.N. Archivo Histórico Nacional

RABBAASC. Real Academia de Bellas Artes de San Carlos

RABBAASF.  Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

RABBAASF-GD. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando – Gabinete de Dibujos